07 septiembre 2007

La pasarela.


Para llegar al principal hospital de la ciudad donde vivo, cualquier persona que vaya a pie, ha de atravesar los dos sentidos de una autovía de esas que van de Madrid a una distante autonomía y que son actualizaciones del sistema radial que, heredado del centralismo aquel, aún distingue y caracteriza la red principal de carreteras españolas. Y esto, lo de cruzar la autovía digo, ha de hacerlo por dos pasos de cebra que además salvan una entrada y una salida de una rotonda con afluencia masiva de tráfico. Además, esos mismos pasos de cebra dan acceso a dos colegios y alguna que otra dependencia menor. Esta situación se lleva manteniendo durante más de 25 años y, a pesar del evidente peligro y los numerosos percances, se ha llegado a considerar por los ciudadanos como algo inevitable. Si a nuestros honrados y sagaces políticos no se les ha ocurrido el modo de solucionarlo en todos estos años, es que no tendrá solución. Si el sol sale por el Este y se pone por el Oeste, eso no hay quien lo cambie. No nos engañemos, no se puede sacar de donde no hay. Así que los peatones cruzamos, desde ya casi tiempo inmemorial, como conejos suicidas entre bruscas frenadas, coches de despistados conductores que te rozan sin percatarse de que ahí hay un paso de cebra y peatones que dicen ¡Ay!, y maleducados desaprensivos que, además de no frenar, te ponen los pelos de punta con un bocinazo a quemarropa. Pero claro, ya lo dice el saber popular: Bienaventurados los que creen en los pasos de cebra porque pronto verán a Dios.
Hasta aquí todo es relativamente normal y los peatones, gente con los pies en el suelo por definición, daban por perdido el encuentro de una solución vial viable. Pero, lo que son las cosas, hete aquí que sólo a quinientos metros de dicho punto negro, como ahora se dice, y al otro lado de la misma autovía se está construyendo un centro de “El Corte Inglés” y al mismo tiempo que éste se eleva deslumbrante hacia el cielo y se extiende por los solares, ¡oh, milagro y portento del talento humano!, se está construyendo una pasarela peatonal que comunica la ciudad con la entrada misma de dicho centro comercial, salvando airosa y limpiamente la autovía. Para que luego digan que el dinero no da la felicidad ni ayuda a resolver los problemas importantes. ¡Tantos años dudando de la existencia de una solución y la teníamos delante! Y todo, gracias a “El Corte Inglés”, una empresa privada. Lo privado llega donde no llega lo público y nos muestra lo evidente de las cosas. Lo privado es útil y didáctico. Lo que se aprende en la vida. Aunque no quieras. La pasarela se paga con dinero público, para más exactitud la paga el Excelentísimo Ayuntamiento. Al menos, podremos ir a comprar con total seguridad. Y que haya quien, todavía, saque punta a las cosas. Cachis.

No hay comentarios: