09 octubre 2007

Boyas


Esto de escribir se lo toma uno como un arte. Un asunto puramente literario. Uno se adorna como los toreros y trata de quedar bien y dejarse en buen lugar. Pero, casi siempre a las cosas les falta verdad, o mejor, casi siempre les falta toda la verdad. Por medio de lo que escribimos, intentamos dejarnos razonablemente bien o, si no es posible, al menos al pairo, como meros espectadores de lo que fue. Desgraciadamente la realidad pringa mucho y, casi siempre, chorrea. Entonces, ¿qué hacíamos nosotros entonces? Siempre queremos olvidar esos pasajes truculentos de nuestra propia vida, esos en los que fuimos crueles o egoístas o imitantes o salvajes o tontos o irresponsables o delincuentes o soberanamente estúpidos y también aquellos en que sin ser nada de eso lo padecimos de otros, que viene a ser lo mismo. Ya como víctimas o como verdugos, deseamos olvidar lo desagradable para nosotros en sí o para la consideración que de nosotros queremos que los demás tengan. Nos asusta el ridículo de la propia miseria, cuando quizás sea la muestra más patente de lo humanos que somos, de lo vulnerables, de lo débiles y, en definitiva, de lo creíbles, de lo normales. Si alguna vez reúno el valor necesario, contaré los hechos más vergonzosos de mi vida, será como un reto. Aquellos que sólo yo sé, pero que me atormentan como si toda la humanidad los conociese y me señalasen los vecinos con el dedo, burlándose de mí a cada paso que doy por la calle. Esas cosas que intento ocultarme a mí mismo de pura vergüenza, de sofoco. Las cosas que finjo haber olvidado, o mejor, que simulo que nunca ocurrieron, pero que flotan como boyas rebeldes y una y otra vez suben a la superficie desde mi subconsciente, por más que yo intente con todas mis fuerzas mantenerlas sumergidas, en el olvido más oscuro, para siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos tenemos un cuarto en nuestro interior donde las persianas están siempre bajadas.

A veces peor: una habitación sin puerta, un lugar emparedado. Y cuando traes los amigos a tu casa interna, ni saben de la existencia de esa habitación.

Yo creo que sólo tengo las persianas bajadas, quien acostumbra los ojos a la oscuridad puede percibir algo de lo que allí escondo. Lo que sí sé es que no abriría las persianas para cualquiera, poruqe ni siquiera a mí me gusta mirar. aunque con los años empiezo a ser un poco más comprensiva y quisiera ser generosa conmigo misma, perdonarme mis errores, y quererme con mis ruindades, con mis miserias.