25 octubre 2007

La Venta Celta


En la Venta Celta se come prácticamente a cualquier hora. Ciclistas, gente del refugio, excursionistas, paisanos del pueblo, turistas de paso, pero principalmente peregrinos a pie del Camino de Santiago, mantienen casi siempre animado el local. Los embutidos de la zona, la empanada, el pote gallego, las tortillas de patata hechas con huevos de las gallinas de casa, las ensaladas, el estupendo bacalao que Irene, el ama, sabe hacer, el cálido tinto Mencía de cosecha propia, pero, sobre todo, la amabilidad, la familiaridad y el buen trato, hacen de la Venta Celta el local, a mi juicio, con más ambiente de O Cebreiro.
En O Cebreiro la tarde está lluviosa, como lo estuvo la mañana. Así que muchos peregrinos andan refugiados por los bares. Este pequeño pueblo es tomado diariamente por los peregrinos en un ritual ya viejo y repetido que sospecho monótono para sus moradores. En la Venta Celta hay hoy dos alemanes de cierta edad que beben, junto a otros peregrinos, copas de coñá, perdón de brandy. Parece que el producto es internacionalmente aceptado por unanimidad, pues los peregrinos que contrastan una y otra vez su calidad son mayormente extranjeros o, mejor dicho, de nuestra multinacional Europa. Nunca se me había ocurrido esto, que Europa sea una empresa multinacional y, en puridad, lo es. Al menos hasta ahora no pasa de ser eso, empresa y poco más.
Recalan también en la Venta Celta dos guapas muchachas holandesas. Las dos mujeres se ven amablemente asediadas por peregrinos donjuanes que, con 20, 30 ó 40 años más que ellas, les agasajan con cuantas atenciones, carantoñas y gracias se les ocurren. Talmente como si fueran de la familia de toda la vida. La inspiración de los licores es fuente inagotable de galanterías para los peregrinos y éstos las prodigan sin recato en las lenguas más divulgadas de nuestra comunidad europea. Últimamente las huestes de peregrinos están repletas de hombres solos, los prejubilados y jubilados de media Europa. Así que a las holandesas no les faltan atenciones, o molestias e incordios, que dirían otras. Cierto, a ellas podrían molestarles estas cosas, de hecho conozco muchas mujeres que no aguantarían tanta injerencia, pero el caso es que a estas dos les gusta. El común de mujeres, al igual que el de hombres, pasamos por ser iguales pero no es así.
- A mí me lo va usted a decir, tío lumbrera, ¡vaya profecía!
- Vale, vale, perdone señora, no se enfade, que no era mi intención.
Dando una vuelta por el pueblo descubro que a la Hospedería de San Giraldo ha llegado una peregrina inglesa uncida por la cintura a un carrito. El ingenio se apoya en el suelo mediante una sola rueda y sobre él lleva la lady su mochila y su equipaje.
- I have weak shoulders and back, but strong legs.
Curioso el carrito de la británica. Un invento muy creativo, sí señor. ¿Servirá sólo para viajar por carretera? ¿Qué tal agarre tendrá en las bajadas? ¿Llevará ABS? ¿Tendrá que pasar la ITV?
Pagamos la habitación del Mesón Antón por la tarde. El patrón nos invita a lacón y a vino. El hombre no es de natural simpático, pero pone todo su empeño en ser agradable con nosotros. Se agradece.
Cenamos en la Venta Celta: un buen trozo de empanada gallega, una ensalada y una jugosa tortilla de patata casi del tamaño de la rueda del carrito de la inglesa. No falta la botella de Mencía de la casa. Imposible acabar con la tortilla. De ninguna manera, ni entre seis. Tampoco nos cabe el postre. No damos más de sí.
Cuando nos vamos son más de las 11 de la noche, los peregrinos del brandy siguen allí. Ríen sin parar, algunos, con el brandy, llevan ya algo más que un puntito. Otros, con los pelos alborotados y esas pieles rojizas del norte maltratadas por la intemperie, parecen satanasines colorados. Las dos holandesas y sus caballerescos peregrinos también siguen en sus puestos, como en unos juegos florales. La evocadora música gallega de Milladoiro, más que animar, pone al local un punto de encanto viejo y misterioso con sus sonidos transparentes de agua, aire, hogar y vida. Casi nadie escucha pero ahí está, de fondo.
Cómo se lo pasan estos compatriotas, de la patria común europea digo, en la perdida aldea de O Cebreiro a las tantas ya de la noche. Mientras tanto, allá al norte, las serias y laboriosas ciudades de las que proceden están desiertas a las siete de la tarde o quizás antes. A Europa vamos, siempre lo he pensado, mientras ellos se vienen. Tendrá que ser así.

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