18 diciembre 2007

Viajando

Como el viajar, a sitios distintos, diferentes y desconocidos, lo mismo es vivir. Por más que imagines la vida monótona, por mor de la costumbre, tienes la constante certidumbre de que nunca sabes cómo va a acabar el día y, para eso, no hace falta que lleves una vida de ejecutivo, ni de persona influyente o importante… basta con que ese día cambien las premisas que rigen tu destino, esas que todos creemos conocer y controlar pero que, de veras, son sólo estadística. A veces basta una llamada telefónica para ello, una noticia, la voz inesperada de alguien que te llama por la calle, una carta, la voz de un amigo que, con extraño tono paternal, te dice algo al tiempo que te pone la mano en el hombro, algo que percibes en un instante y que nunca habías conocido hasta ese momento, el sonido inesperado de no más de media docena de palabras… y todo se derrumba, como si te hubieses visto súbitamente implicado en una guerra repentina y ese edificio interno de tu propia vida hubiese sido el único arrasado en la primera andanada de la artillería o en el primer raid aéreo. Con el vacío instalado por dentro sientes náusea, desamparo y cansancio. Ahora tienes que empezar a reconstruir bajo un nuevo plano, ya lo viejo no te sirve, no te es útil aunque lo sea siempre como conocimiento acumulado, si acaso éste lo es. Y comprendes que vives entre cosas que sabes, cosas que no sabes y otras muchas que ni siquiera sabes que no sabes y que constituyen la fuerza principal de la vida y, por lo tanto, de la muerte. Bien, empieza un nuevo día. Ahí lo tienes. A ello.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se lo diré sin tapujos y, como usted dice, intentaré hacerlo con ‘el sonido inesperado de no más de media docena de palabras’. Ya sabe que ‘lo breve, si bueno [y con un buen prólogo] dos veces bueno’. Déjeme decirle, que en líneas generales, veo en su escrito una pátina que más que pátina parece estuque de fe. Una fe que más que fe es hiel. Hiel de una cultura azucarada (la de los de pardo, no la suya) provinente, eso me parece, de una religión retributiva y maniqueísta; de las de blanco o negro. Le hablo en cristiano, vamos de predestinación y libre albedrío a destajo, de una intrusión de conocimiento ajeno que le hace meditar casi como a San Daniel (pobre y despellejado).

Dice al principio, que viajar es toda una experiencia. Cierto es. //inciso: Los hay, que cuando viajamos buscamos algo para llevarlo a nuestro país (una chapa, un foto, una mierda). Otros, como los europeos norte (véase a los Ingleses del siglo XIX y su querida ‘perla de la corona’ o a los mismos alemanes allá en Mallorca, Valencia y el Andalus) más que llevar conquistan y creen que allá dónde van es su tierra. Por consiguiente, más que llevarse algo (como le digo más arriba) nos llevan a nosotros, los conquistados, a ellos. Pero vamos que por ahí no van los tiros de su escrito.// La vida, dice, puede ser monótona. Sí. Y remarca: para eso no hace falta que lleves una vida de ejecutivo, ni de persona influyente o importante… Déjeme decirle que aunque yo no creo que los ‘white collars’ tengan una vida poco movida, si comparto que (le parafraseo) cualquier cambio, aunque sea uno muy pequeño, una voz, una carta, una llamada de teléfono, puede cambiarnos la existencia. Vamos, casi como si fuéramos una partícula de luz perdida en un átomo del pellejo de un conejo y se nos comiera -para seguir el símil político- el mismo Gaspar Llamazares y formáramos parte de todo su garbo (aunque en el banquillo, ¡menudo cambio!). Déjeme seguir que ya acabo. Y ligo la última palabra con su acabar de triple cola dónde dice (le parafraseo): cola 1 > que aquél pequeño cambio de más arriba supone un ‘derrumbe’ cola 2 > un derrumbe que luego tienes que empezar a reconstruir bajo un nuevo plano (¡como el de un ensanche!) para el cuál te sirves de la experiencia antigua (véase el conocimiento y demás) cola 3 > pero que no es suficiente porque, pese a que la experiencia antigua supone el conocimiento de la vida no sabemos nada sobre la muerte. Y es precisamente, he entendido, que el querer saber nos lleva a la muerte. O si bien, lo leo de otro modo quizá más sensato: por mucho saber, todos acabaremos igual. Y le comento: ¡pues vaya un chasco de vida! ¡pues vaya un querer vivir! Y le digo: ¡pues menudo! Porque, ya que nos ha tocado vivir tampoco hace falta que pisemos el carpe diem ni tampoco el aurea mediocritas pero, ¡caramba!, si vivir es una pena, una pena siempre es algo y hay que vivirla lo mejor que se pueda (ME OLVIDÉ SU FINA: Ahí lo tienes. A ello)Le seguiré leyendo.

Soros dijo...

Gracias por tanta molestia y por ese análisis tan claro,certero y profundo.