23 enero 2008

El secreto


En su pueblo, su oficio más estable fue el de pastor. Lo ejerció muchos años en ese, su pueblo castellano, que está por allá, más o menos donde se junta el Arlanzón al Pisuerga. Frecuentó con el rebaño, bueno con el rebaño del amo, que quede claro, pues era cada año por San Pedro cuando se ajustaba de pastor, los parajes al norte de su pueblo, de recuerdos tan queridos: Los Labajos, el valle del Infierno, la cuesta la Madre, la ermita de Valdesalce con sus chozos cercanos y sus bosquecillos y las yeseras abandonadas, el canal de Villalaco, el páramo Quiñones, el Bonete, la Pedrera, el pico de Tres Castros… y, sobre todo, el monte de su pueblo donde, más de una vez hubo de resguardarse, en alguno de los chozos, de las fieras tormentas del verano, de los aguaceros tenaces del otoño o de las mansas nieves del invierno largo de Castilla. También, y según las épocas que bien es sabido rigen las vidas de los pastores, iba a la parte sur del término, de más terrenos de labor, la que está al otro lado del río o de los ríos pues ya se dijo que eran dos unidos allí cerca. Cuando los ganados salían para el sur habían de cruzar el hermoso puente de 25 ojos que les ponía al otro lado y que un día fue paso ineludible entre Valladolid y Burgos. Entonces podía dirigirse a la Requijada, al Sotillo, al Canto, al cotarro del Otero, o a Valdeguindas, o seguir el camino de Valdecañas, o ir a lo de la parte de la estación, o a las otras yeseras, también abandonadas, o seguir por lo del camino de Hornillos… parajes todos que acariciaba con los ojos, como si los estuviera viendo, en la geografía tan sobada y suave del recuerdo.
Habían acabado las vendimias y como era tradicional los pastores quedaban autorizados a meter los ganados en las viñas y que éstos aprovechasen lo que pudieran. Eran en esas ocasiones cuando los pastores solían hacer acopio de uvas, rebuscando pacientemente entre las innumerables cepas aquéllas en las que algunos racimos pequeños o algunas garpas habían quedado olvidados u ocultos para los vendimiadores. La operación se llamaba rebusco y estaba muy extendida entre los más pobres que eran, por otro lado y sin llegar al hambre, el común de la población.
Madrugó mucho el día que el rebusco comenzaba y, antes de que las ovejas pudieran comerlos, recogió en varias horas de observación concienzuda y de agacharse decenas y decenas de veces, lo que cupo en las alforjas medianas, tirando a grandes, que ese día se había echado al hombro. Acabada la operación al mediodía buscó un chozo sin techo que conocía bien y dejó allí con cuidado su abundante cargamento de uvas hasta que por la noche, al irse a casa, pasara a recogerlo. Cerró muy bien con unas zarzas y unos palos la entrada del chozo, tapó con zarzas su contenido y se marchó, ufano por su trabajo, pensando en la buena cantidad de fruta que iba a llevar a casa a su regreso.
A la vuelta, ya de noche, se encaminó al chozo sin techo y, para su sorpresa, no encontró una sola uva. Alguien se las había llevado todas. Pensó de inmediato en quién podía haber sido y sólo recordó que, mientras rebuscaba, pasó por el camino un labrador de cierto peso, al que apodaban el Cogote, que con una pareja de mulas iba a lo suyo. Calculó que por fuerza había de haber sido él quien le observara y viera dónde dejó las uvas y a la vuelta, llevando las mulas, cargó en ellas sus uvas y le dejó el sitio.
Según volvía de airado al pueblo ganas le dieron de buscar al Cogote, que estaría en la taberna, y ajustar cuentas, llegando a las manos si hacía falta, pero pensó que el otro negaría el hecho y él tampoco podía demostrarlo, así que decidió calmarse y consultar con la almohada su respuesta.
Dejó pasar los días y observó como el Cogote tenía un arado de ruedas para labrar, de esos que facilitaban la labor al amo y a las bestias. Normalmente lo dejaba en la próxima parcela que iba a roturar. Pues bien, aprovechando la caída de la noche y tras cerrar el hatajo, fue donde estaba y le quitó una de las ruedas al arado sin dejar ninguna huella, con lo cual el instrumento quedó inútil. Luego se tomó la molestia de marchar con ella, bien lo sudó, hasta un majano muy alejado de la parcela, donde ya ni se cultivaba. Casi levantó el majano entero, tal era su rabia, y puso en su centro la rueda y luego lo volvió a cubrir con las muchísimas piedras que antes había retirado. Puso en las horas que duró su acción toda la inquina que le guardaba al agricultor por la faena rastrera que le hizo. Cuando terminó, todo su odio se había liberado.
Al otro día el Cogote, naturalmente sin pruebas, le denunció inmediatamente a la Guardia Civil. Por el hecho supo en el acto que no se había equivocado, que el Cogote le había robado sus racimos. Bien entendió el Cogote, sin palabras, de dónde le vino el golpe. Naturalmente se alegró de no haber tenido con él una palabra sobre las uvas, llevado por la pronta ira. Por supuesto negó todo a los guardias, y nunca mencionó lo de las uvas tampoco. La rueda jamás apareció y a él terminaron dejándole en paz.
Fue pasando el tiempo y llevado por la ausencia de futuro y por la ola contagiosa de los que se marchaban, él también lo hizo en los años 60 y buscó en Cataluña mejores horizontes.
Encontró allí una mujer de su misma extracción, Brígida, castellana también de la meseta sur, que compartió con él destino, trabajos, hijas y la felicidad medida siempre, si es que la felicidad se puede medir, de los que se habían buscado la vida fuera de sus tierras y de sus raíces.
Brígida murió antes que él. Quedó en el piso, que siempre ocuparon, con las dos hijas que tenía. Diagnosticado de una de esas enfermedades de difícil nombre pero claro desenlace, pasó unos meses luchando tenazmente contra ella.
Poco tiempo antes de morir, quizás, en esa catarsis que hacen los que se saben próximos a la última despedida y no queriendo dejar atrás cuenta ninguna, por pequeña y vieja que fuera, desveló a sus hijas su secreto, el que había guardado sólo para él toda su vida, el de la rueda del arado que le escondió al Cogote para toda la eternidad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una película de hace pocos años 'los espigadores y la espigadora' de agnes varda, habla precisamente del rebusco en unas dimensiones actualizadas sobre el drama de la abundancia de unos frente la falta de tantos otros que rebuscan entre nuestros deshechos. la pel la daban hace unas semanas con 'el país', el rebusco cada día en los mercados de las ciudades. ¿se practica aún en los campos?
me sigo quitando el sombrero ante tus textos.
saludos,
el de tiermes.blogia.com

Soros dijo...

El rebusco se hacía también en los campos de cereal (espigar) y de patatas (rebusco), pidiendo permiso a los dueños y éstos, a veces, cuando eran terratenientes y tenían ganados, no lo daban, para que sus ganados pudieran aprovechar los restos de las cosechas. Hasta ese punto se llegaba y así eran las cosas. Por eso, desde el punto de vista de cubrir las necesidades más elementales, cualquier tiempo pasado fue peor.

Paz Zeltia dijo...

He oído que las personas cuando m´s viejas van siendo, más recuerdan ls cosas de la juventud y más pronto olvidan lo del dia anterior.
Sin llegar a ese extremo, yo, últimamente, recuerdo muchs cosas de mi infancia y adolescencia, ¡quizá estoy empezando ya el proceso!

Soros dijo...

"De lo que he comido hoy no me preguntes, pero de lo de hace 30 años como si lo estuviera viendo..."
Suele ser la frase manida a la que los viejos recurren por aquí. Pero es que era entonces cuando ellos se sintieron protagonistas de su vida y como tales la vivieron. Ahora sólo se sienten espectadores de un conjunto de cosas, ajenas a ellos en la mayoría de los casos. Así que, puestos a recordar, lo de antes.
Saludos, Zeltia.