06 junio 2010

Infidelidad

Recordaba lo alejadas que estuvieron la política y la gente. Era aquélla, la de la política, una esfera aparte, intangible, casi innombrable. Era cosa de un grupo restringido de inquebrantables fieles, alejados y metidos en una esfera blindada. La esfera flotaba allá, en un sitio indefinido, custodiado e inalcanzable, al que, si alguna vez se acercaba algún ajeno, lo hacia casi siempre por obligación y siempre con temor, casi con la precaución sobresaltada, revestida de respeto zalamero o de miedo a secas, que produce un encuentro con la bicha dormida. Algo en lo que no se podía confiar pero sí temer, temerlo siempre. Era la política un poder que entonces filtraba su imagen, siempre monolítica y solemne, por medio de la dócil prensa, del amaestrado sindicato, del azul omnipresente del partido único, de los alcaldes designados, del preceptivo NODO propagandístico, de la televisión monocorde y paternal, de las emisoras del Movimiento y del palio que la Iglesia prestaba para que, bajo él, se balancearan las ostentosa borlas que adornaban un fajín de general, y que, simbólicamente, parecían entronizar en la vida eterna ese modo tan peculiar de la vida española de hacer las cosas por cojones.
Falleció el general y fue inhumado en un lugar acorde con lo que su existencia representó para el país: El Valle de los Caídos. Acabó aquel anacronismo.
Llegó la democracia y, al principio, fue un estallido multicolor que, caída la mordaza del miedo, acabó con un mundo en blanco y negro. Y, aunque ya sea sólo un recuerdo, fue muy bonito para los que vivimos aquel tránsito.
Éramos un país virgen para la democracia y los derechos. España era la novia emocionada que daba el sí quiero y se entregaba en cuerpo y alma a un futuro lleno de ilusión y desmesuradas esperanzas. Luego, inevitablemente, fueron viniendo los roces, los disgustos, los desengaños, las contradicciones, los dobles juegos, las conveniencias, las desconfianzas, los escamoteos, las mentiras, las sisas, los resabios, las incongruencias, las traiciones… pero también, pese a todo, llegó la prosperidad. Y la gente vivió con la política un maridaje próspero de esos en que, la abundancia, el dinero y los intereses, terminan por taparlo todo y hace que los sapos a tragar sean aceptables y prime, sobre todas las cosas, la dulce y cómoda conveniencia.
No sé si hoy política y gente vuelven a habitar mundos distintos. Ese cónyuge, infiel por naturaleza, que se llama política, tiene una nueva amante. Y esta vez no parece una aventura pasajera, ni un zafio calentón, ni una relación, como dicen los cursis. Con vocación por seducir a la gran dama de la economía, la política ha calculado mal y parece que, contra natura, se ha puesto a su servicio. La gente esperaba lo contrario. La economía al servicio de la política era lo que decía el contrato democrático. Pero parece que se quieren cambiar sobre la marcha las claves de la democracia que, por otro lado, eran las de la lógica. No sabemos a dónde nos pueden llevar tales envites.
Tras unos bellos años de olvido, parece que la grasienta mancha del miedo, dada por desaparecida, ha vuelto a aparecer y a extenderse, derivando, del miedo personal de cuando entonces, a un miedo colectivo, a ese otro miedo menos tangible, pero más general, que no procede de ninguna amenaza personal ni cercana, sino de otro lugar. De un lugar nuevo que nos obstinamos en hacer irreal y remoto e incluso queremos ignorar. El viejo centinela del sentido común nos dice que nos están engañando, que esto no es ya ni la apariencia de lo que era. Pero no lo creemos, serán habladurías, la política no puede traicionarnos hasta ese punto.
Y no queremos oír a ese tozudo consejero y nos decimos justificándonos: pero si nosotros no podemos hacer nada, si nada depende de nosotros. Entonces, ¿es esto democracia? En nuestro comentario hacemos, sin pretenderlo, un buen resumen de la situación.
Sí que podemos, y tendremos que hacerlo cuando dejemos de estar anestesiados por esa imbecilidad transitoria, espero, que dan tantos años de un bienestar que presumíamos eterno.

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