29 agosto 2010

Sin implicación divina

“Miró Dios a la tierra, y he aquí que estaba corrompida, porque todo mortal había corrompido su camino sobre ella.“ (El Diluvio, Antiguo Testamento)

Ya me olía yo que esto del cambio climático venía de antiguo. Al menos Noé fue avisado de la catástrofe. De no haber sido así ninguno estaríamos tan campantes por aquí, como si tal cosa.
Y, a la vista de aquel primer desastre universal vivido, poco me extrañó que el buen Noé se diera a la bebida y que alguno de sus vástagos, ¡ay, inconsciente juventud!, se cachondeara de él, dando muestras, una vez más, de que los humanos no conocemos piedad, ni comprendemos nada, ni tenemos enmienda.
Sin embargo el Señor, en su bondad infinita o quizás dando muestras de una inteligencia refinada, prometió no volver a castigar a los vivientes tan cruelmente como lo había hecho, que, a ese paso, menuda fama se iba a crear. Y, hoy en día, somos capaces, por esa corrupción de todo llamada codicia, vulgo economía, de buscarnos, nosotros solitos, esos castigos indiscriminados que en otros tiempos, para escarmiento general, propiciaba el Divino Hacedor. No tiene ya que molestarse el Supremo. Nuestra ambiciosa acción sobre la tierra tiene su propio e ineludible toma y daca. Y, puesto que el asunto es ajeno al Todopoderoso, éste ni siquiera avisa, ni pone a buen recaudo a sus leales. Bueno, en el supuesto de que le quede alguno, que, en algún lugar remoto, pueda vivir al pairo de corromper activa o pasivamente esta sufrida tierra, convertida en polígono de pruebas para el inexorable desarrollo sostenible, motor de nuestro irrenunciable bienestar. Si es que no se nos puede dejar solos.

No hay comentarios: