02 diciembre 2010

Carta a una madre muerta

Querida madre:
He comprendido, con el paso de los años, que fuiste una persona normal. “Dios te libre de la hora de las alabanzas”, decía un viejo amigo y dice también el saber popular. Así que, en lugar de alabarte, como parece que procede con todos los desaparecidos, te diré lo que pienso de nuestra vida juntos.
¿Con qué derecho lo hago? Pues con el que me concede el tener tanta antigüedad en el cargo de hijo como la que tú tuviste en el de madre. Y con estas premisas, las de haber sido ambos personas, vengo, por mi parte, a reconocer lo siguiente:
Que, aunque fueses absorbente, estuviste pendiente de mí cuando te necesité.
Que, aunque fueses egoísta, conmigo no lo fuiste hasta que comprendiste que podías serlo.
Que, aunque de pequeño me pegabas frecuentemente, he de reconocer que no sabías corregirme de otro modo o que, por comodidad o por prisas, te parecía lo más práctico.
Que, aunque siempre me pidieras cosas, no las pedías solamente para ti.
Que, aunque fueras comodona, nunca faltaste cuando te llamé.
Que sé que sólo te despreocupaste de mí cuando me consideraste fuerte.
Que, aunque intrigabas para salirte con la tuya, luego solías arrepentirte.
Que, lejos de querer a tus hijos por igual como proclamabas, tenías tus favoritos.
Que, antes que trabajar tú, preferiste que lo hicieran algunos de tus vástagos en provecho de todos.
Que, algunas veces, me creaste mala fama para conseguir que la tuya resaltase por tener que lidiar con un hijo tan indómito.
Que no me contabas siempre la verdad, sino la parte que te convenía.
Que intentabas manejarme, tal vez porque te educaste en que eso era lo que las mujeres debían de hacer para poder sobrenadar en este mundo gobernado por varones.
Que habría algunas otras cosas y matices que tendríamos que discutir o, al menos, comentar con calma. Pero esto ya no tiene objeto, porque no vamos a tener la oportunidad.
Que, dándome cuenta de todo lo anterior, no quise nunca hacértelo evidente por no romperte tus esquemas, ni disgustarte más de lo que la edad, las enfermedades y la vida ya lo hacían, como lo hacen o lo harán con cada uno de nosotros.
Así que, pasados unos meses de tu muerte, no quiero hacerte un panegírico. Por el contrario, y contra la ley no escrita de amar a la madre con razón o sin ella, te confiero el rango de persona normal, a la vez que te equiparo con el tipo de esos seres bienintencionados que cada cual pretendemos ser y que, intentando lidiar con la vida, nos desenvolvemos como mejor nos parece.
Por eso te declaro bienintencionada, de acuerdo con los baremos de tu tiempo. Te declaro práctica y efectiva, de acuerdo con tus intereses y los que considerabas que eran los de la familia. Te declaro cariñosamente irregular. Te declaro amorosamente partidista. Te declaro parcial. Te declaro injusta. Te declaro administradora del cariño, y de todo lo demás, bajo tus parámetros personales. Te declaro, al fin y al cabo, una persona corriente, como lo somos todos, y que hizo lo que supo, pudo y se le ocurrió.
Con amor, pero sin esas admiraciones ciegas que al cargo de madre se le presuponen, te envío un saludo cariñoso, allá donde estés, y te deseo lo mejor. Tal y como tú lo procuraste, en tu criterio, para todos nosotros cuando en esta vida estabas.
Sin embargo, pese a todo, me tengo que declarar dolorosamente huérfano de ti, porque mis dolores ya no encontrarán jamás tu amparo ciego.
Con cariño,
Tu hijo.

6 comentarios:

isidro dijo...

Todo esto que cuentas es de lo más normal del mundo, Soros, ¡si es que una madre siempre quiere lo mejor para nosotros!
Lo contrario, sería lo más nefasto que nos puede pasar.
Y vayan por delante mis más sinceras condolencias.

Un abrazo

Soros dijo...

Gracias, Isidro, por tu amable comentario.

Tano dijo...

ME ha encantado tu reflexión. Yo estoy viviendo lejos de mi madre y la echo mucho de menos. Acabo de empezar un blog y justo acabo de escribir sobre la tristeza y la importancia de los seres queridos.

Si te apetece échale un ojo y coméntame que opinas, porque todas estas reflexiones, tienen más sentido cuando se comparten.

Muchas gracias.

http://statuquo-tano.blogspot.com/

Soros dijo...

Gracias a ti, Tano.
Echaré un vistazo a tu blog.

Anónimo dijo...

Soros, tal vez cada uno de los detalles con que describes a tu madre es lo que nos lleva a "madre no hay sino una".
Todas tan únicas y especiales que con nuestra hábil y amorosa manipulación conquistamos el afecto incondicional de nuestros hijos. Y sin embargo no hay amor más grande que el nuestro por ustedes.
Un abrazo de colega a tu madre, con toda mi admiración y respeto donde quiera que se encuentre y otro maternal para ti en honor a tus recuerdos.

PD. Hoy no leo más me voy a dormirrrrr, que me entretuviste ya bastante y es muy tarde).

Soros dijo...

Gracias, Asraii.