14 enero 2011

En una bodega del Raval

Harapientos astrosos de cualquier edad con mochilas y sacos de dormir.
Niños jugando en monumentos modernos bajo los que duermen vagabundos.
Perennes ojeadores callejeros de ignorados objetivos.
Okupas que grafitean las fachadas pidiendo dignidad.
Mezcla de razas.
Miradas cansadas y huidizas.
Portales cerrados de casas semidesahuciadas con escaleras donde la mugre se acumula.
En el Raval tenemos libertad de elegir y un bonito mercado para hacerlo libremente entre todas las miserias de la vida. Es lo grandioso del sistema.
- Antes este era un barrio más familiar, ahora todos son de fuera. Aunque aquí, desde siempre, ha pasado de todo.
Y Carlos, el del bar Agustín, que es originario de Teruel, da de comer a sus clientes un poco al azar. Bien guiso de lentejas, o potaje de garbanzos, o cocido, o bacalao, o lomo con alcachofas asadas, o panceta con tortilla de patatas o de verdura… Y corre el vino a granel en frascas cuadradas. Y se pasa del catalán al castellano, y a la inversa, con la misma sencillez que se trasiegan los vasos de tinto.
- ¡Beban sin miedo que tiene un grado menos que el agua!
Y habla del mismo modo que sirve y que cobra, a retazos, con verdades sueltas que describen y, a la vez, se niegan a describir el barrio. Como si a cada uno quisiera decirle algo de lo que quiere oír pero no todo, porque todo daría para muchas horas de charla y, aún así, no quedaría claro.
- El anís se lo pondré en chatos de vino, porque copas no tengo. Aunque, para beber, es bueno hasta un orinal.
- Como quieras, ¿vives aquí?
- No, yo ya no vivo aquí. Vivo más arriba de la Sagrada Familia, cerca del Hospital de la Santa Creu y Sant Pau. Pero allí ya no suben los turistas y cuidado que es bonito.
Y los clientes también son campechanos y enseguida le dan recomendaciones a cualquiera.
- Amigo, lo mejor es ver el peligro venir y, luego, apartarse. Teniendo dinero, para comprar y consumir sin tasa, no hay problema.
- Hombre, en la vida, el dinero no lo es todo.
- Sí, pero al que no lo tiene, la sociedad le recluye en su barrio y le deja sobrevivir con sus desgracias y sus vergüenzas, trapicheando por calles sucias y recovecos olvidados, y también podrá elegir, ¡cómo no!, entre los distintos contenedores de basura y gastará sus contadas monedas en el badulaque de su calle. Eso, si es que elige sobrevivir en su agujero a este mundo de apariencias, lujo y diseño, o no le quedan fuerzas ni recursos para abandonarlo.
- Hombre, no será para tanto.
- Desengáñese, hoy, a la persona sólo le proporciona dignidad la facultad de comprar.
- Bueno, no le deis el coñazo a este señor, que dice que Barcelona le gusta y le ha parecido más barata de lo que esperaba.
- ¿Eso dice? Pues, para él. Vaya con Dios, joven.
Y a la salida del barrio te despiden las incansables pancartas en las balconadas:
Volem un barri digne!

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