15 mayo 2011

Drifting

Como siempre, en los momentos más inesperados, me tropiezo con él. Esta vez fue hace un par de días, a las cuatro de la tarde, bajando por la Calle Mayor. Como de costumbre, a las horas más extrañas, con el asfalto caliente y el sol dando de pleno. Bajaba renqueante, con el balanceo que sus viejas articulaciones le han puesto a su andar. Le vi de espaldas, caminando delante de mí. Y, como siempre, desde detrás le dije:
-        Colás, que la veo, que la veo.
Se paró en seco pero, esta vez, tuve que quitarme las gafas de sol antes de que dijera lo de siempre al encararme:
-        Papo, Sarvi.
Inevitablemente pregunté:
-        ¿Qué tal estáis?
Pero, viéndole dolerse en el gesto, añadí enseguida:
-        Quiero decir las chicas y tú.
-        Pues bien, Sarvi. Sigo comiendo donde las chicas y luego ceno, duermo y lo demás en mi casa. Mientras el cuerpo aguante seguiremos asín.
Reparé en que llevaba gafas. Era la primera vez que le veía con ellas. Noté que les faltaban uno de los cristales. Y, me dije: “Colás, como siempre, a ramal y media manta por la vida”.
-        ¿Dónde vas?
Y, entonces, se quitó las gafas, me mostró uno de los aros partidos, y me dijo que se le habían roto y que uno de los cristales lo llevaba en el bolsillo y que iba a que le echaran un punto al metal de la montura, en un portal enfrente de lo del Ortiz.
Se ha redondeado un poco, el pelo lo tiene todo blanco y los ojos le irisan ese reflejo nacarado propio de los ancianos.
-        Colás, si vas enfrente de Ortiz, te has pasado de largo. Tienes que dar la vuelta y subir doscientos metros.
-        Papo, Sarvi, pues es verdad. ¿En qué iría yo pensando? Últimamente voy asín, medio a la deriva.
Y nos despedimos en un tris, como siempre. Él, sin embargo, me sonrió y me dio la mano y, con un afecto que en la vida dejó traslucir poco, me dijo:
-        Gracias, Sarvi. Dale saludos a la Paqui.
Y seguí mi camino preguntándome qué me habría llamado la atención del Colás toda mi vida. ¿Qué diría si leyera lo que escribo de él? Por qué se ha quedado en tantas de mis narraciones. Por qué un hombre insignificante ha llenado tantos de mis pliegos. Pero, por otro lado, quién de nosotros no es insignificante. Acaso tenemos historias más importantes que las del Colás. Y, mirando a cuanto me rodeaba, no supe qué contestarme.

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