08 mayo 2011

El armador

No me digas cuándo fue, no quiero saberlo, pero recuerda que aquél fue tu contrato, tu nacimiento a otra vida. Decidiste, por tu cuenta, el lugar de tu nuevo alumbramiento. Y los hombres que deciden el lugar y el momento son dueños, por primera vez y en delante, de todos sus días.
Aún hoy hay hombres cuya palabra tiene más validez que la moneda. Hombres a la antigua que no alardean de creer en Dios, ni se molestan en renegar de él. Mamaron, desde niños, la falacia de la política y notaron que, al margen de ella, nada podía ocurrirles si pisaban siempre en los lugares adecuados.
Ahora es cuando puedo decirte que matar es sólo otro pecado. No es más grave, hijo, que la mentira o la traición, ni siquiera peor que esos nimios asuntos de faldas. Matar es una cosa tan rutinaria como todas las cosas que habitualmente hacemos. Para la Iglesia, por ejemplo, no es más que otro mandamiento, ni siquiera el primero. E incluso su perdón no requiere otro protocolo que el habitual.
Pero esto nadie lo dice, y el mundo oculta este pecado más que otros. No porque sea menos frecuente, sino porque a nadie interesa su divulgación. Y, curiosamente, descubrirás que quienes más lo practican son los que más dicen abominar de él.
¿Crees que ocurrirían tantos abusos si este pecado, como otros, fuera del dominio y uso público? No, verdad.
Sin embargo, no hace falta que un hombre sea un asesino, basta que los demás lo intuyan para que se guarden. Y, quienes traten con él, sabrán que, aparte de contratos y papeles, y de todas esas cosas que se hacen y deshacen ante los tribunales, los concejos y los gobiernos, tienen con él un acuerdo más profundo. Uno, cuyo incumplimiento, pagarán inexorablemente. Los mismos gobernantes lo pregonan sin pudor: “si quieres la paz prepara la guerra”. ¿No te suena? ¿Acaso es eso predicar la confianza?
Recuerda siempre que, para algunos negocios, la palabra es la única firma posible y ésta ha de atarte más que cualquier vinculación escrita, que cualquier formalidad. La palabra es el poder. El respeto a ella engendra el verdadero poder. Ese poder oculto que es, en verdad, el que gobierna el mundo.
Éste es el compromiso y fundamento de la gente de honor: el respeto a ultranza de la palabra, de los compromisos. Una virtud hoy olvidada, pero fundamental en los negocios y en la vida. Respétala y serás respetado. Ignora estos principios, fíate del pensar moderno, democrático y cívico, y, como mucho, serás un pringado más y, seguramente, un opositor a la ruina, a la desesperación y a la impotencia.
La bondad es admirable, pero no es buena para los negocios porque, sin fundamento, fía en la honradez de los demás y no intimida en caso de incumplimiento. En cierto modo, la bondad es el cáncer del honor, su peor corrosivo, en definitiva, una renuncia a él. Los demás lo intuyen y dejas de ser para ellos digno de respeto. La bondad en los negocios es una debilidad, una confianza estúpida e injustificada. Cultívala sólo para ti, olvídate de ella en los negocios.
Cultiva también tus otros sentimientos. Los sentimientos son buenos y, sin ellos, no serás verdaderamente un hombre. Pero los sentimientos han de ser voluntarios, no deben depender jamás de que los demás te los susciten. Los sentimientos son nuestra propiedad y no al contrario, somos sus administradores, no sus esclavos. Y, de las mujeres, te digo lo mismo.
Fíjate, hijo, que, en definitiva, sólo una cosa pretendo inculcarte: el respeto a ti mismo, sólo el respeto.

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