24 mayo 2011

El instante de la libertad


Como se vota cada cierto tiempo,  casi siempre estamos desentrenados y nos acercamos a la urna con mucho cuidadito, con los votos, las gafas y el DNI en la mano. Eso de que te pidan el carnet, a algunos, nos trae malos recuerdos. Así que vamos a votar algo cohibidos porque ya nos han dicho en la campaña que es una invitación que no conviene rechazar. Es más, sostienen muchos, que el que no vota le hace un desprecio a la libertad, algo así como un corte de mangas o una pedorreta que, en algunos países como el nuestro, se tolera sólo de puro demócratas que somos.
He de reconocer que me he pasado la jornada de reflexión, y las previas, promocionando la abstención, el voto en blanco, y el voto nulo y panfletero. O sea, como  quien dice, he andado por ahí haciéndole feos a la libertad que, la tiorra, como estaba tan ocupada haciéndole cucamonas a Rajoy, ni me ha mirado ni ha notado nada. Pero reconozco que no he tenido mucho éxito porque, claro, está visto que eso de abstenerse no es natural para ninguna cosa y, como esto es cada cuatro años, cuando llega, la gente está que se les sale el voto, vamos, que lo tiran; el voto en blanco es negarse a entrar en la batalla, y eso no da ninguna marcha, si fuera siquiera una tarjeta roja como en el fútbol, aún, aún; y el voto nulo, que razona y expresa su propia nulidad, es un testimonio humano y sentido que raramente los miembros de la mesa se entretienen en leer, porque bastante tienen, los pobres, con contar los votos a destajo. Y, a la noche, con los votos escrutados, sólo son las cifras lo que queda de todo y nadie sabe tu cifra a qué parte se sumó y todo lo que sale es cosa de todos sin particularidades ni matices. Otros números, sólo números, y, hasta otra vez.

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