06 marzo 2014

XVI.- El Renuncia: Los poetas callejeros

Un muchacho de rostro sereno y gesto agradable, aseado, modesto en su atuendo pero no mal vestido, se acercó. Cuando se encontró a su altura enseñó los dientes blancos con la mejor de sus sonrisas y, acompañándose de una mirada limpia y directa, les dijo:
- ¿Quieren colaborar con nosotros?
- ¿A qué llamas tú colaborar? –le espetó MP con cara de pocos amigos.
- Primeramente a que me escuche y después, si le parece, a que contribuya al sustento de mi compañera y al mío, ambos servidores de usted, y, de profesión, poetas.
- Tú dirás –dijo MP, mosqueado como cada vez que alguien le abordaba por la calle.
- Estamos haciendo poesía para no morirnos de hambre – y le tendió un fajo de hojas arrancadas de un diminuto bloc con poemas escritos a mano.
- Pues, si lo conseguís, tendréis mucha más suerte que el novecientos noventa y nueve por mil de los poetas –dijo MP sin tomar las hojas que le ofrecían, pero algo sorprendido por lo original de la propuesta.
- No crea usted, –dijo ingenuamente el muchacho- que hay días que sacamos para comer, y eso que somos dos.
- Pues entonces debe tratarse de una poesía muy buena y, ¿es vuestra?
- La que le voy a dar a usted sí –dijo alargándole una cuartilla plegada, que se sacó del bolsillo de atrás del vaquero, y que guardaba para los potenciales clientes que le parecían de cierta entidad.
MP la desdobló, carraspeó, sacó las gafas y leyó de mala gana:

“Se han marchado los gitanos que sembraron las higueras,
las matas de calabaza, los tomates, las chumberas…
Se han ido de la cañada al barrio de las cocheras,
donde la piel de pollino se hace chapa carrocera,
donde el ladrido del perro ya es aullido de sirena.
Apenas abandonadas las chabolas de madera,
de uralita, de cristales, de pladur y de escombrera,
con pisos de sintasol, tabiques de cartón piedra,
tres buldózer se disputan el terreno con fiereza,
muerden y arrasan con prisa, con miedo a que la miseria,
de inquilinos renovados, brote ocupando la tierra.
Mientras, las gitanas viejas, arracimadas de niños,
cargadas con muchas cestas, no saben mirar al frente,
siguen mirando a sus puertas y ven cómo van quedando
sus desvelos y sus días laminados por la bestia.
Se han marchado los gitanos que sembraron las higueras,
las matas de calabaza, los tomates, las chumberas…”

Cuando termina de leer los versos le pasa la cuartilla a Serafín que, tras leerlos, dice:
- Me recuerdan el último realojo de La Gavina.
- No es que se lo recuerde, es que de ese desahucio trata –dijo el muchacho.
- ¿Y a vosotros qué coño os importan los gitanos, es que no tenéis bastante con lo vuestro? –dijo MP.
- Las historias de todos son también parte de nuestra vida y, tal vez, aún lo sean más esas historias que, como ésta, nunca se escribirán, a menos, claro, que lo hagamos los poetas.
- ¿Y por qué los poetas? ¿Qué tienen de malo los periodistas?
- Porque los poetas escribimos desinteresadamente y hacemos de lo irreal cosa concreta y, a veces, trasmutamos lo desconocido en sentimiento y, a más razones, porque tenemos fama de no ser mentirosos, como pueden serlo los autores de otros géneros literarios. Porque los poetas, sépalo usted, hacemos que la realidad sepa a emoción propia, nunca al revés. Y cada uno de nosotros traducimos los sentimientos a nuestra lengua. En realidad, sólo somos traductores. Los periodistas siempre trabajan para alguien. Nosotros, los poetas, somos libres.
- Pero, ¿por qué defendéis a una gente que se instala donde quiere, como en una cañada, que ya lo dice el poema, en un terreno que no les pertenece?
- Porque si a los que no tienen nada se les niega el derecho a vivir en la calle, pretextando que la calle y aún los caminos medievales también tienen dueño, usted me dirá qué les queda a los desheredados.
MP, a su pesar, tuvo que callarse, pues el razonamiento del muchacho le había desarmado. Se echó mano al bolsillo y dijo:
- ¿Qué te debo?
- ¿Se le debe algo a quien te enseña a mirar? La poesía no tiene precio y muestra algunas veces lo que no sabemos ver. Ya me doy por pagado si le ha servido a usted para percatarse de algo.
- Muy bien contestado, –dijo Serafín- porque el poeta no escribe para vivir, escribe para que vivan los demás. Un poeta es un ser desprendido que no puede trocar su talento por dinero. Bien le daría yo cuanto llevara encima, mas nada llevo porque lo mío es también, sin ser en puridad poesía, la mera renunciación al mundo.
Vaya diálogo de altura para ser dos muertos de hambre, se dijo MP. Y dándole un euro al muchacho le devolvió la cuartilla y le deseó suerte. Se alejó el poeta, tras hacer una leve inclinación de cabeza, con esa dignidad y ese tipo escuálido de tardo adolescente, que el hambre le ayudaba a conservar.
Callados, continuaron caminando. Serafín orgulloso de haberse sincerado con un alma gemela, el poeta; Macario contrariado porque Serafín, a la primera de cambio, se hubiera puesto de lado del primer mindundi que les abordara por la calle. Pero, considerando el estado de Serafín, no le pareció raro que no pensase que tuviera nada que perder quien ya daba todo lo que no tenía por perdido. Y viendo que era hora más que cumplida dijo:
- Creo, Serafín, que podríamos comer algo.
- Bajo las premisas que usted ya conoce, don Macario, aceptaré honrado su invitación.
MP, dando un gruñido, dijo:
-¡Hay que joderse!
Y se encaminaron a una tasca cercana.

No hay comentarios: