19 abril 2014

XVIII.- El Renuncia: El proyecto

Dejaron la taberna e iba Serafín a despedirse, para emprender su caminata de vuelta a La Gavina, cuando don Macario le propuso tomar café en su casa.
- Hombre se agradece el detalle pero, si se me hace tarde, tendré que pernoctar en la calle y no me gustaría.
- No se preocupe que, llegado el caso, algo se nos ocurrirá.
Así se encaminaron tranquilamente hacia el pisito antiguo de MP, en la calle de la Madera, que no quedaba lejos.
Era un segundo piso. Según subían los peldaños de madera gastada, percibió Serafín los olores antiguos que impregnaban escaleras y rellanos, pisos, paredes y puertas. Eran una mezcla rancia de humedad y guisos populares los que, entremezclados, daban al edificio un aroma particular que el Renuncia no supo calificar porque, no era desagradable ni tampoco placentero del todo.
Abrió con parsimonia MP los dos viejos cerrojos que cerraban la puerta de su piso y cedió cortésmente el paso a Serafín para que entrase en la vivienda. La luz tenue, que procedía de la única ventana, pasaba a través de una puerta, de cristal traslúcido en su parte superior, que daba desde la pieza principal al minúsculo recibidor. De éste salían otras dos puertas, la una, a una estancia alicatada de blanco y con una cocina económica de hierro fundido sobre la que había un hornillo de butano, y, la otra, a un dormitorio oscuro con un cuarto de baño adosado, pequeño y añejo, cuyos grifos goteaban casi silenciosamente. En menos que tardó el Renuncia en apreciar esos detalles, ya había terminado el viejo de enseñarle su vivienda.
Le condujo luego al comedor, la pieza más alegre por la luz que le venía de fuera. La única ventana era de dos hojas con visillos, cenicientos por el uso y amarilleados por el tiempo, que tuvieron un lejano pasado de blancura. MP le hizo seña de que se sentase.
Serafín se sentó en el sofá, frente a una anticuada librería de formica brillante. MP, con parsimonia, sacó, abriendo la puertecilla abatible de un compartimento del mueble, una botella de coñac mediada y dos copas abombadas, ni grandes ni pequeñas, que llenó sin consultar. Dejó abierta la puertecilla del mueble y así quedó encendida una minúscula lucecita que tenía dentro. Se dejó caer en el único sillón de orejas y alargó una de las copas al Renuncia.
MP bebió un sorbo largo de su copa y fijó después la vista en la pared. Le pareció a Serafín que miraba una foto de una pareja que, sin duda, sonreía esperanzada por lo reciente de su boda. Adivinó el Renuncia que aquel era el fantasma que recordaba a don Macario su implacable soledad diaria. Y, con esa solidaridad espiritual que tanto le gustaba ejercer, ya iba el Renuncia a decir algo amable cuando la voz de MP le cortó el revesino.
- Esta casa es mi ataúd. En ella voy saboreando, a mi pesar, lo inexorable de mi condición, de mi futuro sin esperanza, ni alegría alguna. Aquí degusto a diario mi derecho consolidado al tedio. Siempre he pensado que irme de esta casa sería desertar, intentar vanamente contravenir mi sino, que ya daba, hasta hoy, por trazado. Sin embargo, es éste tan triste y lo tengo ya tan paladeado, que esa locura, que usted me ha propuesto hace un rato, me ha tentado.
- Sí, pero yo…
- No, no hace falta que se justifique. De sobra sé que es una insensatez, una petulancia, por mi parte, atreverme a iniciar un conato de vida nueva. Porque, al fin y al cabo, esa es la condición que tiene para un hombre, a mi edad, iniciar un viaje a pie, sin saber si tengo fuerzas para ello, y, por demás, cuando el camino carece de destino y de finalidad, excepto la del viaje en sí. Es justamente lo que jamás he hecho en mi vida. Por eso estoy seguro de que, independientemente de lo insensata que pueda ser mi osadía, emprenderé una acción por mí nunca intentada y, si le soy sincero, ni tan siquiera imaginada.
- Bueno, yo, fundamentalmente, hablaba en teoría. No quisiera, don Macario, que por mi culpa abandonase usted este paraíso de paz del que disfruta en solitario y, sin proponérselo, se embarque usted también en este mundo de la renunciación sin meditarlo bien.
- Meditaciones razonables son las que atiborran desde siempre el cuenco de mi cabeza. No puedo criticar un día más lo marchito de cuanto me rodea y que, por lo que veo, me lleva indefectiblemente a la inercia, a la anuencia y al desánimo. Y, aún temiendo que me hayas contagiado en parte tu locura, pienso que será más razonable ponerle un punto de ilusión al final de mis días. Aunque sea un inconsciente, como tú, quien me lo venga a sugerir. Al fin y al cabo, la sabiduría quizás tenga más que ver con la ilusión que con lo rutinario.
- No me ofende, don Macario, con su sinceridad. Pues lo mismo que dos manos tiene el hombre y la una se auxilia de la otra, y los viejos segadores llevaban la hoz afilada en la una y la zoqueta roma en la contraria, y siendo ambos instrumentos tan distintos se complementaban,  lo mismo la conjunción de dos espíritus dispares y, a veces, contrapuestos, pueda dar resultados valiosos e incluso sorprendentes en el diario trajinar. Así que, tan pronto como se decida, estaré dispuesto a despedirle y desearle la mejor de las suertes.
- ¿Cómo a despedirme? ¿Es que no piensas acompañarme en acontecimientos tan nuevos para mí? ¿Piensas dejar a este viejo a la aventura, luego de ponerle la miel en los labios? Es tu compañía cuanto necesito para partir, ese es mi equipaje imprescindible. ¿Cuento con ella?
- Me obligará usted a dejar cuanto tengo que, en este momento, es lo que quiero. Mientras que usted hará lo mismo pero por voluntad de buscar cosas nuevas. Tendré que pensarlo.
- Vaya, estaría bonito. Yo creía que eras un renunciador natural y, sin embargo, veo que te sientes atrapado por la situación que tienes, basada en todo lo que no tienes pero circunscrita a un lugar. ¿Ha quedado atrapada tu renunciación por un lugar y una situación? Por lo poco que te conozco, no me cuadra que me digas que tienes que pensarlo. Sepas que contigo cuento y, en principio, mañana nos pondremos, los dos, manos a la obra.
- ¿Cómo manos a la obra?
- Pues sí, porque tendremos que comprar algunos efectos que posibiliten nuestra supervivencia de transeúntes del mundo. Aunque tampoco estaremos siempre al albur, que yo, que no tengo hecho voto alguno de renunciación, no pienso renunciar a mi pensión aunque me disponga a padecer o a disfrutar, que ya ha de verse, con aquello que me ofrezca la vida errante.
- En ese caso, yo, que nada aporto ni aportaré, le ayudaré en todo lo que pueda y, siendo más joven, soportaré las cargas y los trabajos más duros. De otro modo, no podré aceptar.
En ese momento MP se acercó al estante iluminado de donde había sacado la botella y sacó de una caja metálica dos puros finos, tendió uno a Serafín y luego, tras darle fuego, prendió el suyo.
- Fumemos estos cigarros y tomemos estas copas para sellar nuestra sociedad, recién creada, de ociosos errantes. La SOE.
- Fumemos, don Macario.
Y aspiró el Renuncia su cigarro, gozoso de ascender otro grado en la renunciación a instancias de quien menos pensaba.

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