25 septiembre 2014

XXIX.- El Renuncia: Ambos limpios

También le habían ordenado verificar la documentación de ambos sujetos y sus antecedentes.
Esta orden, al sargento Sacramento, le había disgustado singularmente. Ese chisme del ordenador le volvía loco. Qué ganas de complicarse la vida. Lo que antes se resolvía por radio o por teléfono en un santiamén y con un diálogo entre personas humanas y en puro castellano, ahora había de hacerse zambulléndose en aquel piélago de pantallas, iconos, punteros, cursores, menús, barras, botones, descargas, emergencias, aplicaciones, enlaces, formatos, mensajes y demás jeringoncias.
- ¡Me cago en la Internet, en la madre que la parió y en hasta en la enclavación! –se le escapó para el cuello de su guerrera.
Reconocía Sacramento que, hoy, hasta el más tonto se recreaba utilizando todos esos términos, pero, para él, carecían de fundamento real. A ver, por ejemplo, ¿qué cojones era eso del hiperespacio?
Sin embargo, admitía Sacramento, todos esos términos y habilidades se habían convertido en elementos litúrgicos de una nueva religión, de rápido implante, que al mando le parecía imprescindible y en cuyos misterios, a él, aún le costaba más entrar que en los de la fe católica que, como todo el mundo sabe, tampoco son grano de anís.
- ¡Me cago en las encartaciones y en hasta en lo más alto del patíbulo, lástima de jubilación! –despotricaba para sí, el sargento, por segunda vez.
Menos mal que tenía a la cabo Virtudes. Esa muchacha, caída en aquel pueblo por los misterios del destino y del escalafón, entendía todo aquello como si lo llevara en la masa de la sangre, y lo dominaba con igual maestría que se domaba esa cola de caballo rubia o se calaba graciosamente el ros reglamentario.
En cuanto la cabo Virtudes, al amanecer, entró de servicio, consiguió en un plisplás toda la información pedida sobre aquellos sujetos, para satisfacción y orgullo del sargento Sacramento. No toda la juventud estaba perdida y degenerada.
Los DNI no eran falsos. Ninguno tenía antecedentes penales y, efectivamente, el uno era un jubilado del Ministerio de Hacienda y, curiosamente, el otro, para sorpresa del jefe de puesto, ese tal Serafín Tirado, resultaba que era empresario y propietario de la compañía de seguros ALWAYSPAY S.A., compañía que, al parecer, era solvente y funcionaba bien.
El sargento Sacramento se sentó en su sillón, encendió un pitillo, aprovechando que no había nadie, y se regodeó con íntimo recochineo: en aquella ocasión los GEO se habían lucido.
Pero, el asunto no dejaba de intrigarle, ¿qué hacían durmiendo en aquel chabolo de pastor un jubilado y un próspero empresario?
Pensó que dormir en el campo no era delito aunque, al paso que llevaban las cosas, puede que dentro de poco no se permitiera, como tampoco le estaba permitido a él, ¡manda güevos!, fumarse un pitillo en su oficina.
Abrió la ventana, tiró la colilla y, de momento, la dejó abierta para que aquello se ventilase, que guardar las apariencias era lo más efectivo ante prohibiciones sin sentido.
Al poco, un coche del GEO de la CG frenó frente a la puerta. Descendieron de él un guardia y un teniente con sus boinas verdes, sus chalecos antibalas, sus correajes, sus guantes, su armamento y toda su aparatosa impedimenta e, inmediatamente, entraron en la oficina del sargento.
Sacramento se cuadró,  dio novedades al teniente y le pasó los informes. Lo hizo con gesto serio, con competente profesionalidad y fría eficiencia militar. Luego añadió, con gesto grave, que los detenidos seguían incomunicados y que aseguraban no saber nada de explosivo alguno.
El teniente Sacristán miró los papeles, carraspeó y dijo:
-Por razones de seguridad, he de llevarles inmediatamente al lugar de los hechos. El satélite detectó su presencia en las vías del AVE. Los TEDAX no han encontrado nada y los perros tampoco. Pero, si han sido tan hábiles como para camuflar algún sofisticado tipo de mina o explosivo, nosotros conseguiremos que nos digan dónde. No olvide, sargento, que nos enfrentamos a un terrorismo cuyas técnicas evolucionan continuamente.
- Con su permiso, mi teniente, a mí los detenidos me parecen una pareja de mermados, mi teniente.
-Pues más vale que lo sean, porque según la vigilancia operativa en la zona, uno de ellos estuvo en el túnel, bajo la vía del AVE, desde las 2,21 a las 2,32 y luego volvió, cien metros arriba, al refugio donde les detuvimos. A esas horas, dígame usted, Sacramento, qué podían hacer allí –zanjó el teniente Sacristán esperando, como así ocurrió, el asertivo silencio del sargento Sacramento.
El teniente Sacristán y el cabo Abad quedaron a la espera de que el sargento les entregara a los sospechosos para su traslado al escenario de los hechos.

No hay comentarios: