01 octubre 2014

XXXIV.- El Renuncia.- La amistad

“Fluctuat nec mergitur” (La que flota sin hundirse)

Cuando el viejo se cansó del canturreo, miró a lo lejos y caminó absorto, deleitándose en la tarde y en el ritmo regular de sus pasos, pero, cansado del silencio del Renuncia, dijo:
- Amigo Serafín, ¿no notas que, caminando hacia el horizonte, todo problema se diluye y que vuelven lentamente las mentes al estado natural que ansían?
- No sólo eso, don Macario, con ser una bonita y certera observación. Sino que también me maravillo de que, desde que iniciamos nuestro viaje, me llame usted amigo de ese modo tan espontáneo que yo agradezco –contestó el Renuncia, dando un giro a la conversación que MP no esperaba.
- Razón llevas, Serafín. Pues, en puridad, debiera llamarte compañero, porque la palabra amigo, usada con fundamento, sólo debiera aplicarse a quien lo es. Y, para usarla del modo que yo digo, se necesita vivir años, engaños y desengaños, fortuna e infortunio, gracias y desgracias, junto o cerca de la persona a la que tal nombre se da. Pero, cuando te llamo amigo, más que porque lo seas, es porque albergo la esperanza de que llegues a serlo y, esa confianza, es el primer regalo que los amigos deben hacerse. Pero, si esta primera semilla fructifica y prospera, sólo el tiempo lo dirá.
El Renuncia calló durante unos minutos, preguntándose si el viejo le ofrecía su amistad desinteresadamente o le demandaba una tarea, porque con don Macario no siempre era sencillo tener las cosas claras. Así que, de modo acorde con su vocación, renunció a pedirle aclaraciones, y luego de un rato dijo:
- Hace años, llegué a creer que vivía rodeado de amigos. Pero, cuando hoy lo pienso, sé que me engañaba, porque ninguno de aquéllos me quedó al cambiar de costumbres, vida y condición.
- Las personas, Serafín, tenemos por naturaleza la inconstancia, el interés, la ingratitud y el olvido. Y sólo el amigo verdadero, ante todas esas circunstancias, nunca te volverá la cara. Al amigo se le conoce más en las adversidades que en las alegrías y, sobre todo, más en la pobreza que en la prosperidad. Así que no ha de tenerse necesariamente por amigo al rico, ni al poderoso, pero sí al bueno, aunque carezca de fortuna y poder. Y eso que muchos sostienen que los hombres, a la larga, salimos todos malos y que, si alguno sale bueno, es por necesidad –gruñó MP la última frase.
- Y, con esos criterios que rozan el recelo, ¿ha tenido usted muchos amigos, don Macario?
- Por lo que has dicho, creo que más que tú con tu desprendida candidez. Pero, si me preguntas por la cifra, te diré que, si digo dos, puede que me quede corto; pero, si digo tres, puede que exagere.
- Me cuesta creerle, don Macario. ¿Ni siquiera está usted seguro de si tiene dos o tiene tres amigos?
- Mira, Serafín. Una de las características de un amigo es la disponibilidad. Por ejemplo, ¿cuántos buenos amigos tuvimos en la infancia? Sin duda varios. Pero, ¿adónde les llevó la vida en pocos años? Todos se diseminaron, a algunos no has vuelto a verles y a otros no les verás jamás y, si con alguno topas casualmente, intercambiarás con él un amable saludo o, como mucho, una corta conversación evocadora. Pero, ¿sabes quién es ahora?, ¿sabe él quién eres tú? La falta de disponibilidad os ha sumido en la ignorancia mutua y, aunque un día lo fueseis, ya no sois amigos. Y piensa, Serafín, que, al igual que la infancia es un lugar pasajero en el tiempo, ocurre cosa parecida con otras muchas amistades, estrechas un día, pero luego desaparecidas por falta de continuidad y por alejamiento. Recuerda el servicio militar, los trabajos por los que hayas pasado, las épocas de estudio…
- Sí, don Macario, pero muchas veces se hacen reuniones de compañeros de colegio, de gente que sirvió en el mismo batallón, de personas de la misma promoción…
- Desengáñate, Serafín. Todo eso son románticas evocaciones a las que las personas somos muy proclives. Pero, después de varias décadas, quién será como fue, quién, de veras, reconocerá a los demás y quién, sobre todo, podrá ser reconocido tal como era.
- Pero, a lo largo de la vida, también habrá tenido personas disponibles a su lado, supongo que durante la mayor parte de ella.
- Llevas razón, Serafín. Pero muchas veces las personas que se tienen por amigos no lo son y, estando disponibles, notas que, logrado algún interés, se alejan de ti o temen que compitas con ellos y, a veces, hasta por dar alegremente tus opiniones o consejos puedes percibir su alejamiento, su decepción.
- ¿Qué extraño me parece eso último que ha dicho? ¿Por una opinión, por un consejo, puede perderse un amigo?
- Las personas, Serafín, por simple egolatría nos complacemos mucho en lo que nos es propio, pocas veces con fundamento y muchas por orgullo o vanidad. Así prosperan los aduladores, que sólo vienen a decirnos lo que saben que queremos oír. Y si haces que tus opiniones y consejos sean siempre halagüeños y coincidan con la idea de quien te escucha, no correrás ningún riesgo al darlos, excepto que des con alguien prudente que se percate de tu zalamería y comprenda que no eres de fiar. Pero esto último es poco probable, porque la modestia, la humildad y el talento son islotes perdidos en el océano de la vanidad y la soberbia.
- Entonces, ¿usted no es partidario de la sinceridad en las relaciones con los demás?
- Con respecto a opiniones y consejos, los años me han hecho entender que sólo deben darse a quien los pida y, aún así, siempre será comprometido el pronunciarse. Pero a un amigo, pese al riesgo, le seré siempre franco.
- Lo veo natural y no entiendo tantas prevenciones por su parte.
- Mira, Serafín, la realidad que los demás perciben raramente suele coincidir con la imagen propia que cada uno nos fraguamos de las cosas. Así, puede darse el caso de que, la opinión o el consejo que nos den, nos sorprenda, y creamos que quien nos lo da no nos comprende o no ha entendido nuestro problema o, lo que es peor, que quiera imponernos su criterio o torcer nuestra voluntad.
- Entonces, ¿usted no es partidario de dar consejos?
- Las personas mayores tenemos motivos, cuanto más años tengamos y mejor conservemos la cabeza, para poder aconsejar, porque la vida siempre enseña más a la larga que en el momento. Dar consejo a quien lo pide es prevenirlo, pedirle cautela, sugerirle prudencia pero, en ningún caso, el consejo obliga a quien lo escucha, ni suprime su criterio, porque la audacia y el atrevimiento, virtudes tan útiles en el momento oportuno como inadecuadas en todos los demás, también forman parte de la fortuna y de la existencia. El riesgo, es que tus palabras no sean bien recibidas, ni bien interpretadas y tu amigo se sienta decepcionado.
- Pero, perdone don Macario. Recuerdo una frase del florilegio latino, una de las preferidas del cura que nos daba clase, que decía así: “Amicus is tamquam alter idem”, o sea, nos decía el cura: “Un amigo es lo mismo que otro yo”. Y, si esto es así, ¿cómo se puede esperar decepción alguna por parte de un amigo?
- Yo no me atrevería a decir tanto, por mucho que la frase le gustara al curita. A veces, y hasta sin proponérnoslo, decepcionamos a las personas. Es inevitable. Así que esa definición tan pomposa no la creo, pues me parece excesiva y ya me conformaría yo con algo menos altisonante pero más real. Y, puestos a decir latinajos, te diré uno de los pocos que me sé: “Quidquid latine dictum sit, altum videtur” – y MP dijo esta última frase con los dientes apretados, algo molesto y casi en plan terminante.
- Y, ¿qué significa? – preguntó el Renuncia, que había captado los repentinos malos humos del viejo.
- Que cualquier cosa que se diga en latín, suena más profunda –zanjó MP.

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