02 noviembre 2015

El libro del extraño adiós: Capítulo V

Hubo un silencio que compartieron padre e hijo. Pero el muchacho, acuciado por la curiosidad, pidió nuevamente a su padre que siguiera con su relato.
-Contaban que el aspecto de Breixo Rafá no se alteró con el paso de los años. Los que le veían con frecuencia no se percataron de ello pues, si la costumbre evita que veamos nuestros propios cambios, también impide que notemos la ausencia de ellos en las personas que vemos con frecuencia.
Pero un día cayó por la venta, camino de Titencia, la hija del viejo mesonero Indalecio, cuyo padre ya había muerto y, al hablar con Breixo, se quedó perpleja por encontrarle igual que le había dejado veinte años atrás.
Lo mismo que urracas y córvidos delatan en el campo lo que para todo el mundo pasa desapercibido, los comentarios que aquella mujer hizo en Titencia, sobre la increíble conservación del tío Carrasco, hizo que de repente todos repararan en lo que de continuo habían tenido delante.
Los comentarios se generalizaron: ¿Qué plantas usaría para no envejecer? ¿Serían las mieles, las jaleas, el polen o alguna otra sustancia procedente de las abejas? ¿Qué secreto tenía el ventero? ¿Usaría algún conjuro misterioso?
A la admiración por sus curaciones, al temor a sus predicciones y a la desconfianza que propiciaba la ignorancia sobre su procedencia, se unió entonces la extrañeza de todos, adobada de envidia, de esa mala, por su aparente inmutabilidad. Pero ninguno se atrevió a dar un paso adelante en pos de mayores averiguaciones. Al fin y al cabo, físicamente, las personas pegan un bajón cuando menos se espera. Era cosa sabida.
Pasaron algunos años más. La Venta del Carrasco seguía siendo un boyante negocio.
Rafafá, que no había heredado las dotes sanadoras de su padre, era, sin embargo, un buen mozo capaz de realizar todas las demás tareas y oficios que aquél le enseñó. Todas, excepto las curanderiles que, al parecer, requerían de una inteligencia intuitiva de la que el gañán carecía.
En este momento, el muchacho interrumpió a su padre con una pregunta que desde hacía rato le rebullía en la cabeza:
-¿Cómo es que el bisabuelo no le enseñó al abuelo todo lo que sabía sobre curaciones?
El padre se detuvo un momento. Quedó un minuto pensativo y finalmente, meditando sus palabras, dijo:
-Yo creo que el abuelo Rafafá, o sea, mi padre, por decirlo con finura, destacó más por la llaneza de su bondad que por la agudeza su inteligencia. Él mismo me contó que el bisabuelo Breixo evitó darle explicaciones sobre sus dotes de curandero. E incluso, cuando Rafafá le insistió, por parecerle que las sanaciones eran otra buena fuente de ingresos para la venta, el bisabuelo le dijo que, para aprender ciertas ciencias, las personas tenían que estar en disposición de olvidar todo lo que sabían, pues había conocimientos que no se regían por la lógica habitual sino por otra que estaba oculta. Rafafá se apresuró a responderle que mal podía él olvidar cuanto sabía porque, en tal caso, muy desastrosamente llevaría el negocio. Pero el bisabuelo Breixo le dio la callada por respuesta y Rafafá, que no entendió en absoluto lo que su padre le quiso decir y que además le pareció una tamaña tontería por muy oculta que estuviese, no volvió a insistir.
Rafafá, mi padre, que en paz descanse, era muy trabajador y honrado pero siempre tuvo dificultades para conocer a los demás, pues era incapaz de ir más allá de lo que todo el mundo aparentaba y siempre se fió de las palabras. Por eso creyó, durante toda su vida, que sus padres volverían y jamás quiso abandonar la venta. Yo no sé a qué venía tanta credulidad y tanta fe, pero él afirmaba que en los momentos de más apuro había sentido muy cercana la presencia de sus padres e incluso, sostenía, que en alguna ocasión sólo les hubiera faltado aparecer corporalmente.
Así que Rafafá envejeció en la venta mientras sus hijos, yo entre ellos, la fuimos abandonando para establecernos en ciudades o en otros pueblos grandes y prósperos. Pero, antes de que esto ocurriera, sucedieron muchas otras cosas.

2 comentarios:

Ángeles dijo...

Interesantisimo! Me encanta el toque clásico sobrenatural: el de la persona que no envejece, ese dominio del paso del tiempo, que es un tema que me fascina.

Soros dijo...

No puede saberse, además, si eso ocurre. Todos pensamos que no es posible. Pero imagina que alguien, que posee ese don, cambia de residencia frecuentemente. Nadie lo notaría.
Gracias, Ángeles.